

18 March 2025
Los productos alimentarios nunca estuvieron en el punto de mira inicial de las medidas arancelarias, pero sí en las contramedidas
El comercio de productos agroalimentarios representa aproximadamente el 10 % del valor del comercio mundial de bienes. Su carácter estratégico no se mide por tanto en el valor, que es reducido, sino en la capacidad de garantizar la seguridad alimentaria en el planeta, muy en particular en los países que dependen de la importación de productos básicos para cubrir sus balances de consumo interno.
Este valor reducido explica por qué los productos agroalimentarios no han sido el objetivo primario de la guerra comercial que comenzó a desatarse el 20 de enero con la toma de posesión de Donald Trump.
Por un lado, no ocupan los principales puestos en el valor de las importaciones de Estados Unidos; por otro lado, el país norteamericano es una de las grandes potencias agroalimentarias mundiales. Y, por último, la energía, la tecnología punta, el acero y el aluminio son los capítulos que ocupan las posiciones de privilegio en esta guerra comercial, cuyas implicaciones tienen que ver con la lucha por la hegemonía de las naciones más poderosas del planeta.
Una secuencia resumida de los acontecimientos más recientes
El 27 de febrero, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, el USDA, daba a conocer su último informe de previsión sobre el comercio agroalimentario (Outlook for US Agricultural Trade), en el que prevé que el déficit comercial agroalimentario del país norteamericano en 2025 se elevará hasta 45.500 millones de dólares, superando así el récord de 2024 que alcanzó la cifra de 31.800 millones.
Para un país que, durante 60 años, hasta 2019, ha tenido siempre, de manera continua, una balanza comercial agroalimentaria positiva, es una noticia difícil de asimilar. No es de extrañar que, tan solo unos días después, el 3 de marzo, Donald Trump anunciara aranceles a los productos agroalimentarios importados. Lo veremos más adelante.
Siguiendo con la secuencia, el 4 de marzo, Estados Unidos incrementó hasta el 20 %, los aranceles a las importaciones procedentes de China que, un mes antes, había anunciado que serían del 10 %.
Siguiendo los procedimientos establecidos, al día siguiente, China amplió su queja ante la OMC y anunció medidas de represalia centradas, particularmente, en las exportaciones de productos agroalimentarios norteamericanos: 15 % para carne de pollo, trigo, maíz y algodón y 10 % para soja, carne de porcino, de vacuno y frutas. Atención a la soja: aunque Estados Unidos ha perdido mucho mercado en favor de Brasil, el mercado chino todavía representa el 52,1 % de sus exportaciones.
El mismo 4 de marzo surtían efecto los aranceles del 25 % anunciados un mes antes por Estados Unidos, sobre los productos procedentes de Canadá (10 % en el caso de productos energéticos y fertilizantes) y México. Canadá, que, como China, había elevado el caso a la OMC, anunciaba medidas de represalia, “dólar por dólar”, por valor de 20.000 millones de dólares, al acero, aluminio, aparatos electrónicos y artículos deportivos, amenazando ampliar la lista a productos emblemáticos del sector agroalimentario norteamericano.
El 12 de marzo, Estados Unidos aplicaba el arancel anunciado del 25 % al acero y al aluminio urbi et orbi. En realidad, Estados Unidos ya aplicaba un arancel del 25 % al acero (no así al aluminio, que era del 10 %), pero con una serie de excepciones, que ahora desparecen, y de las que se beneficiaba particularmente la Unión Europea.
En represalia, ese mismo día, en una coreografía ya ensayada, la Unión Europea anunciaba contramedidas por valor de 26.000 millones de euros, que es el daño estimado de los aranceles norteamericanos, con entrada en vigor en dos fases.
En una primera fase, el 1 de abril, en base a la lista de productos que venían de la guerra comercial de 2018 (en el sector agroalimentario los más destacados eran las bebidas espirituosas, bourbon y whisky).
En una segunda fase, a partir del 13 de abril, a los productos que se establezcan después de un procedimiento de consulta abierta a los sectores que finaliza el 26 de marzo, en base a una lista de casi 100 páginas de códigos arancelarios, que cubre todo tipo de productos importados de los Estados Unidos, incluidos productos agroalimentarios.
Si nada, lo impide, se avecina un supermiércoles arancelario el próximo 2 de abril. Esa es precisamente la fecha anunciada por Estados Unidos en la que se materializaría su amenaza de aplicar aranceles recíprocos y diferenciados a los países con aranceles elevados a los productos norteamericanos.
Y ese es también el día anunciado por Donald Trump en el que se aplicarían aranceles a los productos agroalimentarios importados, como respuesta a la publicación del déficit comercial agroalimentario de los Estados Unidos.
Una breve referencia a las represalias de China por los aranceles a los vehículos eléctricos
Mientras que nuestra atención se desplaza al otro lado del Atlántico, China sigue adelante con las medidas de represalia contra las exportaciones de productos agroalimentarios procedentes de la Unión Europea y de Canadá, por los aranceles impuestos por ambos países a las exportaciones de vehículos eléctricos chinos.
Aunque las autoridades del país asiático no lo reconocen explícitamente, de nuevo la secuencia de los acontecimientos es evidente, de manera que, tan pronto como comenzaron las investigaciones sobre los vehículos eléctricos, China anunció el comienzo de sus investigaciones sobre ciertos sectores agroalimentarios de la Unión Europea y Canadá.
En el caso de la Unión Europea, siguen adelante los procedimientos relativos a los sectores de la carne de vacuno, porcino, productos lácteos y bebidas espirituosas. En el caso de Canadá la respuesta china ha sido más dura, pues también fueron más duras sus medidas contra los vehículos eléctricos chinos (100 % de arancel a los vehículos eléctricos y 25 % al acero chinos) con la imposición de aranceles del 100 % al aceite y torta de colza y guisantes y del 25 % a la carne de porcino y mariscos.
En este contencioso, al menos por la parte europea, las negociaciones están en marcha y todo hace pensar que un eventual acuerdo en el contencioso de los vehículos eléctricos, que llegará, permitirá, sin lugar a dudas, encontrar una solución a los expedientes agroalimentarios.
Consecuencias cruzadas
Empecemos por los Estados Unidos. Donald Trump animaba a sus agricultores a vender sus productos dentro de los Estados Unidos y anunciaba la imposición de aranceles a los productos importados el 2 de abril. “Diviértanse”, les dice.

Como si fuera posible comercializar en el mercado doméstico la producción del que es primer productor de maíz del mundo, con diferencia, con 378 millones de toneladas, o del segundo productor de soja con 119 millones de toneladas, sin olvidar otros sectores en los que son netamente exportadores, como el trigo, los frutos secos, la carne de porcino, de pollo, de vacuno o el algodón.
Mientras tanto, los agricultores norteamericanos del Medio Oeste empiezan a mostrar signos de preocupación, sobre todo los de maíz y soja, que llevan ya tres años consecutivos sufriendo precios bajos y elevados costes de producción. Para ellos, los aranceles no solo no son “divertidos” (en alusión al mensaje de Donald Trump), sino que están “frustrados”, pues golpean directamente a su bolsillo, ya que suponen la quiebra de la confianza que sus clientes de otros países han depositado en ellos durante décadas.
En este contexto, la Agencia de Protección del Medio Ambiente de los Estados Unidos (Environmental Protection Agency, EPA) ha anunciado que, a partir del 29 de abril, permitirá el incremento de la mezcla de etanol (de maíz) en la gasolina, hasta el 15 % (E15) durante todo el año, eliminando la excepción que impedía su comercialización durante los meses de verano en varios estados, para reducir la contaminación.
De esta forma se da satisfacción al lobby agrario del Medio Oeste, preocupado por la repercusión de la guerra actual en el precio del maíz, a pesar de las presiones en contra de otro lobby, no menos potente, como es el petrolífero.
Por la parte de los costes de producción, los aranceles al acero y al aluminio tendrán también su impacto en el sector agrario, en el coste de la maquinaria y todo tipo de equipamiento. Pero también lo tendrán los aranceles a Canadá, que representa el 85 % de las importaciones de fertilizantes fosfóricos, el 25 % de los nitrogenados y el 20 % de los potásicos. De mantenerse la situación, los efectos se dejarán notar a partir de las siembras de la campaña 2025/26.
Mientras tanto, las medidas de represalia de China y las que vengan, al menos, de la Unión Europea y posiblemente de Canadá, pueden provocar un descenso aún mayor del precio de la soja y del maíz en los mercados internacionales, tal y como ya apuntan los mercados de futuros, golpeando los ingresos de los agricultores norteamericanos. Si además se sustancia la amenaza de imposición de aranceles por parte de Canadá al etanol norteamericano, el golpe puede ser duro para el sector del maíz, habida cuenta de que Canadá representa el 35 % de su mercado de exportación.
Para el consumidor norteamericano la lectura puede ser diferente, aunque no segura. Precios bajos en maíz y soja, permitirán reducir el precio de los productos de origen animal, cárnicos y leche, algo que podría ayudar a compensar el efecto sobre los precios de la escasez de oferta de huevos motivada por la gripe aviar, situación que todavía tardará en normalizarse.
La Unión Europea tiene una balanza exportadora positiva con los Estados Unidos de 15.400 millones de euros, con unas exportaciones que en 2023 alcanzaron los 27.200 millones de euros, en las que predomina el vino y las bebidas espirituosas, que representan el 28 % del valor de los productos exportados. El resto de las partidas más importantes está integrado por las preparaciones de cereales (9,7 %), cerveza, sidras y otras bebidas (7,2 %), productos lácteos (6,9 %) y aceite de oliva y aceitunas (6,5 %).
Es difícil saber el impacto que tendrá todo para la Unión Europea, en tanto no conozcamos el nivel de los aranceles. Sobre este punto, de nuevo, un anuncio del presidente de los Estados Unidos en su red social ha hecho sonar todas las alarmas: la imposición de aranceles del 200 % a todos los vinos, el champagne y las bebidas alcohólicas importadas de la UE, en respuesta al arancel al whisky, que en realidad data de 2018, pero cuya aplicación estaba suspendida.
Desde luego, con aranceles de tres dígitos el daño está más que asegurado, aunque no hay forma de saber si la cifra es real o es la primera que le vino a la cabeza.

España representa el 10,9 % de las exportaciones agroalimentarias a los Estados Unidos, con casi 3.000 millones de euros (2.975 millones de euros), y nuestro principal flanco es el capítulo del aceite de oliva y las aceitunas de mesa, en el que representamos el 34,8 % de las exportaciones por valor de 640,5 millones de euros, seguido por el vino, con 313,0 millones de euros.
Los Estados Unidos son el tercer destino exportador para España, después de la propia UE (donde exportamos el 67,4 %) y del Reino Unido, representando aproximadamente el 4,2 % del valor de nuestras exportaciones, lo que nos sirve como primer parámetro de medida de hasta qué punto están expuestas nuestras exportaciones.
Cualquier impacto será negativo, pero podemos decir que su magnitud será limitada, aunque es muy difícil prever las consecuencias finales.
Es cierto que, una vez establecido el arancel de un producto, hay muchas variables a considerar; por ejemplo, si nos coloca en desventaja con nuestros competidores (como ocurrió y ocurre con el arancel que todavía persiste sobre las aceitunas españolas), cómo se reparten exportador e importador el incremento del arancel, la propia magnitud del arancel (no es lo mismo un dígito que tres dígitos) y, también, a qué mercados se re-dirigen los productos que dejan de exportarse, en los que se puede producir una reducción de precios, que finalmente acaban teniendo un efecto similar al del arancel.
Golpeando a tus clientes
Los países más golpeados por los aranceles norteamericanos son precisamente los principales destinos de sus exportaciones agroalimentarias.
Canadá (18,9 %), México (16,4 %) y China (15,8 %) son, por este orden y con diferencia, los principales destinos de las exportaciones agroalimentarias de los Estados Unidos, sumando los tres destinos el 51 % de las exportaciones y, como estamos viendo, con diferencia, los países más castigados por sus aranceles. A estos países exporta, sobre todo, maíz, soja, carne de vacuno, porcino, trigo, etanol, frutos secos y productos lácteos.
Es muy difícil pensar que las contramedidas que puedan aplicar estos tres países tengan efectos disruptivos sobre el comercio internacional.
Primero porque China, que es quien sí que podría tener capacidad para ello, se lleva preparando para este escenario desde las crisis de 2018. Su flanco más vulnerable es la soja, pues sus importaciones suponen el 65 % de las importaciones mundiales, con algo más de 100 millones de toneladas anuales. Sin embargo, ya se ha cuidado muy bien de que dos terceras partes de estas importaciones se las cubra Brasil, que este año apunta a producción récord y en donde China mantiene importantes inversiones en el sector y en la infraestructura de transportes.
En segundo lugar, porque México y Canadá no se pueden permitir una guerra comercial a gran escala con los Estados Unidos con sectores incluso más importantes en valor involucrados. La amenaza de gravar las importaciones de productos agroalimentarios y de etanol norteamericano por parte de Canadá no se ha llegado todavía a sustanciar y el arancel a los fertilizantes potásicos por parte de Estados Unidos, es reducido y, de notarse sus efectos, todavía tendrán que transcurrir muchos meses. Además, Canadá está luchando una guerra a dos frentes con dos superpotencias, nada menos que contra Estados Unidos y China, a la vez; ya pueden estar listos para ver cómo salen del embrollo. Y con respecto a México, de una u otra forma, se plegará sin duda a las condiciones norteamericanas, pues su economía es totalmente dependiente de la de su vecino del norte.
¿Qué puede salir mal?
Esta guerra comercial acabará teniendo su reflejo en las cifras del comercio internacional y arañará algunas décimas de PIB de muchos países, posiblemente también de la UE. Dentro de Estados Unidos, está por ver que traiga algún beneficio.
Estados Unidos perdió el liderazgo en la exportación de soja en 2016 en favor de Brasil y de trigo en 2018 en favor de Rusia. La crisis actual no va a aumentar la confianza de sus socios comerciales; al contrario, como hizo China, buscarán diversificar sus importaciones, por lo menos quien pueda hacerlo. Este mensaje está calando hondo en la comunidad internacional.
Con una superficie de cultivo del orden de 10 veces mayor que la de España, Estados Unidos exporta en valor solamente 2,1 veces más. Y es que es un país que se ha especializado en producir commodities, un mercado cada vez más competido, en lugar de productos con valor añadido como nuestro país y, en general, la Unión Europea.
Para completar el dibujo de la escena, no hay que dejar de lado las decisiones preocupantes que vienen del lado de la salud y la higiene en la producción primaria en los Estados Unidos.
Al enorme golpe de la gripe aviar sobre el censo productivo y la oferta de huevos, que ha dejado desabastecido el mercado norteamericano, se une las noticias de despidos masivos en el USDA, incluidos inspectores de sanidad animal y vegetal. A esta situación, que ya es de por si preocupante, se añaden mensajes como el del secretario de Salud a favor de consumir leche cruda de vaca, acusando públicamente de mentir a la Food and Drug Administration (FDA) por advertir de los riesgos contra la salud derivados del consumo de leche sin pasteurizar.
Las decisiones geopolíticas erróneas de la última década, incluidas las más recientes, las declaraciones públicas impropias de un país como los Estados Unidos, golpeando innecesariamente a sus propios vecinos y aliados, no hacen más que ahondar en el declive de la importancia del sector agroalimentario norteamericano en la escena internacional, en favor de nuevos actores que ocupan su lugar, como Rusia, Brasil y Argentina, por no citar a los BRICS en su conjunto.
Así que, esta vez, visto lo visto, ¿qué puede salir mal?
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