13 August 2024
El carbono es uno de los elementos indispensables para la vida tal y como la conocemos en la Tierra. Forma parte de todas las moléculas orgánicas. Sin embargo, su acumulación en la atmósfera está matando nuestro planeta lentamente.
Es un problema serio cuya solución más lógica es reducir las emisiones de los gases que lo contienen. Sin embargo, puesto que esto parece cada vez más complicado con nuestro estilo de vida, también se han diseñado estrategias para captarlo y confinarlo.
Hay muchas formas de hacerlo, siendo una de las más interesantes el cultivo de carbono.
Sí, como su propio nombre indica, esta práctica consiste en aprovechar los cultivos para almacenar carbono. Es una opción muy útil, ya que se capta carbono de la atmósfera y, a la vez, se cultivan plantas necesarias para el ser humano. Doble combo.
Pero ¿por qué es necesario hacer todo esto? ¿Tan malo es que se acumule carbono en la atmósfera? ¿Cuáles eran las herramientas anteriores al cultivo de carbono?
Vayamos por partes.
El carbono, como todo en la vida, en su justa medida
El carbono forma parte del dióxido de carbono (CO2) y de algunos otros de los que se conocen como gases de efecto invernadero.
Tenemos muy demonizado el efecto invernadero por causas obvias. Las olas de calor que llevamos sufriendo varios veranos son un buen ejemplo de ello. Pero lo cierto es que es un fenómeno sin el cual la vida en la Tierra sería muy difícil.
Teniendo en cuenta la distancia a la que nos encontramos del Sol, la composición de nuestra atmósfera y otros tantos parámetros, sin el efecto invernadero la temperatura global sería 33 ºC más fría de lo que es actualmente, con una media de -18 ºC.
Esto se debe a que las radiaciones solares que llegan a la superficie terrestre se reflejarían en ella y, al rebotar, se disiparían en el espacio. No aprovecharíamos prácticamente nada de ese calor.
Afortunadamente, en nuestra atmósfera hay gases que crean una cubierta similar al techo de un invernadero. Dejan que algunas de esas radiaciones se disipen, pero llevan a otras de vuelta hasta la superficie terrestre, favoreciendo unas temperaturas mucho más confortables.
Muchos de estos gases que forman el techo del invernadero provienen de actividades totalmente naturales y se mantienen en equilibrio, para que no haga ni mucho frío ni mucho calor. O al menos era así hasta que los humanos metimos las narices en ello a través de la industrialización.
Los transportes, las fábricas, las centrales eléctricas y otras muchas actividades humanas emiten una gran cantidad de gases de efecto invernadero. Ese techo del invernadero se ha hecho cada vez más espeso y ya son muy pocas las radiaciones que se disipan.
La mayoría vuelven hasta nosotros, calentándonos demasiado. Este es el motivo por el que debemos intentar eliminar gases como el CO2 de la atmósfera.
El cultivo de carbono es una gran opción, pero no la única.
Árboles, árboles y más árboles
Las plantas realizan la fotosíntesis para obtener su propio alimento. Aprovechan la radiación solar, el agua y algunos elementos del suelo para fabricar los azúcares que necesitan para crecer y nutrirse. Solo les faltaría un poco de carbono para finalizar la receta.
¿Y de dónde lo obtienen? Efectivamente, del dióxido de carbono. Dado que ese carbono se emplea después en fabricar los azúcares que quedan en el interior de la planta, permanece fijado y no vuelve a la atmósfera.
Eso es muy beneficioso para los seres humanos. Por eso, y por muchos otros motivos, las plantas son esenciales para nosotros.
Todas las plantas son beneficiosas para captar carbono de la atmósfera; pero, lógicamente, cuanto más grandes sean mejor. Esto convierte a los árboles en la herramienta ideal para combatir el calentamiento global.
De los créditos a los cultivos de carbono
Hay muchos motivos por los que una persona o entidad puede liberar muchos gases de efecto invernadero a la atmósfera.
En el caso de personas individuales, es muy habitual que lo hagan los personajes famosos que se mueven de un lado a otro en jet privado.
Con respecto a las empresas, las compañías eléctricas o de transporte, así como muchas grandes multinacionales, son bien conocidas por llevar a cabo actividades con una huella de carbono intensa.
En estos casos, a menudo, se recurre a lo que se conoce como créditos de carbono. Estos son, dicho muy grosso modo, licencias para contaminar. Si una persona o una empresa pagan un crédito de carbono, se les permite emitir con su actividad el equivalente a una tonelada de dióxido de carbono.
Ese dinero que pagan se invierte en tareas de mitigación, como la plantación de árboles en zonas deforestadas.
Cada persona o empresa tiene un máximo de créditos de carbono que puede comprar y estos se van reduciendo con el tiempo.
El precio de estos créditos de carbono dependen de la situación de contaminación actual y del lugar en el que se realice la actividad contaminante. Por ejemplo, en Europa, en 2024, el precio está oscilando alrededor de los 76 dólares por tonelada.
Uno de los personajes públicos que más se sabe que ha comprado estos créditos es la cantante Taylor Swift, por todas las emisiones derivadas de su gira.
Con respecto a las empresas, las relacionadas con el transporte, por ejemplo, suelen invertir una gran cantidad de dinero en estos bonos.
En España tenemos el ejemplo de Cabify, que recientemente ha adquirido los bonos de la Comunidad de Montes Vecinales en Laza (Galicia) para compensar una parte de las 75 toneladas de carbono anuales que emite en todas las ciudades en las que opera.
Cuando los árboles ya no son suficientes
Ya hemos visto que los árboles son muy beneficiosos, pero llega un momento en que plantarlos supone ocupar terrenos que podrían estar destinados a la agricultura. Elegir entre combatir el calentamiento global o alimentar a la población es una apuesta complicada.
Por eso, la mejor alternativa es el cultivo de carbono, conocido también por su nombre en inglés: carbon farming.
Esto se basa sobre todo en técnicas que mejoren la salud del suelo, ya que la degradación del mismo y la desertificación dificultan que las plantas puedan crecer y absorber el CO2.
Entre las técnicas utilizadas con este objetivo se encuentra la plantación de semillas sin labrar el suelo, la gestión del pastoreo para aumentar la fertilidad del mismo y la selección de cultivos que promuevan la regeneración del terreno.
Con respecto a la labranza, cabe destacar también que al remover el suelo se puede promover la liberación de parte del carbono que se había fijado en él, por lo que sería contraproducente.
Por otro lado, en los cultivos de carbono se reduce o incluso elimina el uso de pesticidas y fertilizantes sintéticos. Esto es así porque su uso excesivo se ha relacionado con la degradación del suelo que, a su vez, impide que las plantas puedan absorber carbono correctamente.
Los fertilizantes normalmente son necesarios cuando se repite un mismo cultivo en una zona una y otra vez. Esto lleva a que los nutrientes más necesarios se agoten y haya que reponerlos con fertilizantes.
Para evitarlos, se pueden llevar a cabo periodos de descanso del suelo o alternar cultivos con distintos requerimientos. Incluso el hecho de dejar algunos residuos orgánicos sin retirar puede aportar al suelo los nutrientes que necesitan sin llegar a dañarlo.
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En cuanto a los pesticidas, se puede intentar recurrir al control biológico para no tener que emplearlos.
Finalmente, es muy útil plantar lo que se conocen como cultivos de cobertura, cuya función principal, de nuevo, es proteger el suelo. Así, las plantas crecen fuertes, realizan la fotosíntesis eficientemente y captan una mayor cantidad de carbono en todas sus estructuras.
El cultivo de carbono está prácticamente en pañales todavía, pero puede ser el futuro de este mundo en el que ya tenemos más que comprobado que las medidas de reducción de emisiones nunca serán suficientes.
Si no podemos controlar lo que liberamos, al menos busquemos la forma de reducir los daños que produce.