

21 April 2025
La muerte del papa Francisco representa un acontecimiento de primera magnitud no solo para la comunidad católica, sino también para la comunidad internacional en su conjunto, dada la indudable relevancia de la Iglesia en el mundo.
De los muchos aspectos que pueden analizarse de su papado, hay uno que quiero destacar en este artículo, y es la posición que ha mantenido el papa Francisco sobre los problemas ecológicos, plasmada no en meras declaraciones ante la prensa, sino a través de una encíclica, la Laudato si’.
Esta encíclica se publicó en mayo de 2015 (dos años después del inicio de su pontificado) y coincidió con la aprobación de la Agenda 2030 en la Asamblea General de Naciones Unidas y la firma del Acuerdo de París (COP21) sobre el Clima.
Tal coincidencia no parece que fuera casual, sino que tenía la intención de mostrar la sintonía del nuevo pontífice con esos dos documentos y la voluntad de la Iglesia de influir en su aplicación a través de la amplia red de entidades católicas expandidas por el mundo.
La importancia de la encíclica Laudato si’ radica en dos aspectos: i) su vocación de universalidad, al ser una apelación al conjunto de los ciudadanos —sean o no católicos—; y ii) su análisis integral (no parcial ni sectorial) de la cuestión ecológica.
Su vocación de universalidad
A diferencia de otras encíclicas papales, dirigidas en exclusiva a la comunidad de creyentes, la Laudato si’ no se dirige solo a los católicos, sino que es una encíclica abierta al diálogo entre creyentes y no creyentes en torno a los temas relacionados con la protección del medioambiente, al entender que es un asunto que concierne a todos.
Justo en sus primeras líneas, el papa señalaba que, si bien los deberes de los cristianos con la naturaleza forman parte de su fe, es necesario entrar “en diálogo con todos sobre nuestra casa común”.
Además, nos recordaba que, al igual que la cristiana, otras religiones, también “han desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión sobre el tema de la ecología”.
Asimismo, compartía y agradecía la reflexión de científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales por haber enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones, e invitaba a reconocer “la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para el desarrollo pleno del género humano”.
Un análisis integral de la ecología
Una particularidad de la encíclica Laudato si’ es que, a diferencia de otros informes científicos (que se centran en aspectos ya sean parciales o sectoriales), analiza de forma integral las diversas dimensiones de la “conciencia ambiental”: afectiva (emociones y sentimientos), cognitiva (información y conocimiento) y activa (hábitos y comportamientos).
La dimensión afectiva se refleja en la inspiración franciscana de la encíclica, que comienza con la expresión "Laudato si’" ('Alabado seas, mi Señor'), frase con la que se inicia el bello Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís.
Esa apelación a que nos sintamos parte de la Naturaleza, entendida como “nuestra casa común”, y a que sintamos como nuestros los problemas que afectan al medioambiente, es el mejor ejemplo de cómo el papa Francisco pretendía despertar la conciencia ambiental en el corazón de los ciudadanos —fuesen católicos o no—.
Pero la encíclica aporta, además, información para que la conciencia ambiental no se quede solo en los sentimientos y emociones, sino que se apoye sobre bases científicas. Francisco asumía plenamente los resultados científicos más recientes en materia ambiental, refiriéndose tanto a los problemas globales (cambio climático, pérdida de biodiversidad, deforestación…); como a los más locales (recursos hídricos, incendios forestales, residuos sólidos, despoblación rural, agricultura familiar…).
Además de ofrecer argumentos basados en los avances científicos, Francisco hacía en su encíclica un posicionamiento crítico sobre las políticas ambientales, denunciando la prioridad que se le da a los intereses económicos. En este sentido, cuestiona el actual modelo tecnológico, reconociendo que, si bien la tecnología contribuye a la mejora de las condiciones de vida, también da “a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico de utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del planeta entero”.
Denunciaba las lógicas del dominio tecnocrático, por cuanto son las que llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las poblaciones más débiles, en concreto a la población campesina.
Todas esas reflexiones de Francisco le conducen a admitir que en la época moderna hay un exceso de antropocentrismo, en la medida en que el “ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo”, asumiendo una postura “centrada exclusivamente en sí mismo y en su poder”.
Desde esa perspectiva, Francisco aborda en su encíclica dos temas cruciales para el mundo de hoy. En primer lugar, el tema del empleo, señalando que todo planteamiento sobre una ecología integral debe incorporar el factor trabajo, pues “dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad”, vinculándolo con la necesidad de apoyar los modelos familiares de agricultura.
En segundo lugar, aborda el tema de los límites del desarrollo económico, situándose en sintonía con muchos de los ODS de la Agenda 2030.
En definitiva, Francisco apostaba por una ecología integral como nuevo paradigma de justicia, una ecología que “incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que le rodea”.
Señalaba que hay un vínculo entre los asuntos ambientales y las cuestiones sociales, por lo que el análisis de los problemas del medioambiente son inseparables "del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales…”. Y añadía que “no hay dos crisis separadas: una, ambiental, y otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental”.
Para Francisco, la “ecología integral” debe tener efectos en la vida cotidiana y en los hábitos de comportamiento de los ciudadanos. En la encíclica, afronta la pregunta de qué podemos hacer, ya que, para él, los análisis no bastan, sino que se requiere propuestas de diálogo y acción que involucren tanto a cada uno de nosotros, como a la política internacional; solo así —afirmaba— podremos salir de la “espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo”.
Plantea la necesidad de contar con nuevos sistemas de gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”, ya que, en su opinión, “la protección ambiental no puede asegurarse solo en base al cálculo financiero de costes y beneficios”. Y afirma que el medioambiente es “uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”.
Finalmente, pone énfasis en la educación y la formación como base para afrontar lo que llama la “conversión ecológica”, apelando al papel de la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis… en esa necesaria conversión.
Conclusiones
La Laudato si’ constituye, en definitiva, uno de los principales legados del pontificado del papa Francisco. Su importancia radica en que trata los problemas del medioambiente como problemas de índole moral que no atañen solo a la comunidad de creyentes, sino al conjunto de la sociedad.
En este tipo de documentos que se sustentan en una base moral, cabe siempre preguntarse sobre sus limitaciones. Dada la amplitud de la comunidad católica y la extensa red capilar de entidades religiosas a través de las cuales se imparte la doctrina de la Iglesia, es indudable el potencial de una encíclica como esta.
Pero también son evidentes sus limitaciones, y más en asuntos que tienen que ver con el modelo económico dominante. Un modelo este cuya lógica está interiorizada en el conjunto de los ciudadanos y que se impone en las acciones de los gobiernos como algo inexorable que no podría modificarse a riesgo de generar problemas de falta de crecimiento económico y de provocar desempleo.
No obstante, en un momento en que son los grandes actores del propio sistema económico los que comienzan a tomar conciencia de los límites del actual modelo de desarrollo y de sus efectos perniciosos sobre el medioambiente, una encíclica como la Laudato si’ tiene un gran potencial como soporte moral de los gobernantes, así como elemento activador de la conciencia ciudadana y como impulsor de cambios en las actitudes y comportamiento de los ciudadanos.
Es ahí donde radica el sentido del legado de Francisco, y que es justo reconocer en el momento de su fallecimiento.
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