23 December 2024
Introducción
Como mencionamos en el primer artículo de esta serie, la brújula sobre la sostenibilidad de la agricultura europea es una herramienta fácil y sencilla. Permite monitorear la evolución de diversos parámetros y dar una idea del impacto ambiental de la agricultura europea a lo largo del tiempo. Al incorporar varios indicadores, algunos de ellos complementarios o relacionados, también ayuda a identificar los aspectos en los que las políticas agrarias y medioambientales deberían enfocarse más.
Este es el tercer artículo de esta serie y en él nos centramos en los indicadores destinados a medir la sostenibilidad medioambiental del sector agrario.
Indicadores de sostenibilidad ambiental seleccionados por la Comisión
Los indicadores incluidos en la herramienta pueden agruparse en tres categorías principales.
- Indicadores de estado: miden la situación ambiental en áreas donde la agricultura tiene un impacto significativo, como el índice de aves asociadas a tierras agrícolas y los niveles de nitratos en aguas subterráneas.
- Indicadores de presión: evalúan el uso o la emisión de sustancias contaminantes con efectos a escala global, como las emisiones de GEI, o a escala local, como las de amoníaco o fitosanitarios.
- Indicadores de implementación: analizan en qué medida se están adoptando prácticas beneficiosas para el medioambiente, como la agricultura ecológica o la diversificación de cultivos.
Para su selección se ha tenido en cuenta la disponibilidad de datos y su relevancia a escala europea, por lo que tiene el riesgo de que al intentar simplificar un problema tan complejo podamos perdernos muchos detalles importantes. Por ejemplo, deja fuera una cuestión muy importante para la agricultura española como es la presión sobre los recursos hídricos.
Es relevante destacar que los datos se presentan a escala europea o nacional, lo que, en países grandes o con una gran diversidad, como el nuestro, puede ocultar marcados contrastes regionales. Esto subraya la necesidad de realizar análisis a escalas más reducidas para captar estas variaciones.
Asimismo, la evolución de ciertos indicadores no puede atribuirse exclusivamente a la agricultura, ya que a menudo está influenciada por otros factores antropogénicos. Por ejemplo, la pérdida de biodiversidad también está vinculada a procesos relacionados con el cambio climático, el aumento de la presión urbanística y la expansión de infraestructuras.
A continuación, desglosamos y analizamos brevemente todos los indicadores
1. Índice de aves ligadas a tierras agrarias
El índice de aves de tierras agrícolas es un indicador compuesto que mide la tasa de cambio en la abundancia relativa de especies comunes de aves que dependen de los ecosistemas agrícolas.
Debido a que estas aves ocupan posiciones elevadas en la cadena trófica, el índice permite evaluar el estado de la biodiversidad de manera global y en distintos niveles. Además, la alta movilidad de estas especies, incluidas las migratorias, ofrece información valiosa sobre la salud de ecosistemas más amplios.
La metodología utilizada para calcular este indicador, ampliamente documentada en la literatura científica, está diseñada para minimizar sesgos y reducir el ruido en los datos recopilados por numerosos voluntarios. Esto es crucial para garantizar la cantidad y calidad de la información obtenida. No obstante, el principal desafío sigue siendo el número limitado y la distribución espacial desigual de las unidades de muestreo. Se espera que los avances tecnológicos y el aumento en la participación de colaboradores ayuden a mejorar significativamente la calidad y la robustez de los datos.
Aunque existen otros indicadores, como el monitoreo de determinadas especies de mariposas a través de Butterfly Monitoring, el índice de aves de tierras agrícolas sigue siendo el más completo y actualizado. Sin embargo, resulta fundamental seguir desarrollando y perfeccionando estas herramientas para una comprensión más precisa de los cambios en la biodiversidad.
2. Intensidad productiva
Este indicador mide la proporción de superficie agrícola gestionada por explotaciones cuyo gasto total de insumos por hectárea supera un umbral determinado. Según la Comisión, aunque la metodología utilizada no es perfecta, representa la mejor estimación disponible con los datos actuales.
Sin embargo, presenta importantes limitaciones. En particular, se centra únicamente en el gasto total en insumos, sin considerar aspectos clave como el balance de nutrientes o el impacto ambiental específico de cada tipo de producto. Por ejemplo, el uso de fitosanitarios de menor riesgo ambiental o de coadyuvantes de fertilización puede aumentar el coste por hectárea, pero reducir significativamente el impacto ambiental asociado.
Además, la definición de lo que se considera un uso intensivo de insumos varía notablemente entre países, dependiendo de factores como su nivel de desarrollo agrario, las estructuras productivas y los cultivos predominantes.
Esto implica que la intensificación en un país con un bajo nivel de uso de insumos no tiene necesariamente el mismo impacto ambiental que en un país con un nivel medio de uso más elevado. Asimismo, al medir los insumos en términos de su valor económico, el indicador queda condicionado por las fluctuaciones en los precios de dichos insumos.
Dadas estas variaciones y limitaciones metodológicas, es crucial interpretar este indicador con cautela. Aunque proporciona una visión general de las tendencias en la intensificación agrícola, una evaluación precisa de su impacto ambiental requiere complementarlo con datos adicionales más detallados y adaptados al contexto específico de cada región o sistema agrícola.
3. Nitratos en aguas subterráneas
Este indicador monitorea la evolución de la concentración de nitratos en las aguas subterráneas en comparación con el período de referencia 2000-2002. No obstante, no establece un nivel específico de referencia para las concentraciones consideradas adecuadas.
Los nitratos, cuya principal fuente es la actividad agrícola debido al uso de fertilizantes y la gestión de estiércoles en la ganadería, pueden generar impactos negativos significativos tanto en los ecosistemas acuáticos como en la salud humana. Entre los efectos más graves se encuentra la eutrofización de las aguas superficiales, que altera los ecosistemas y la biodiversidad, y el deterioro de la calidad del agua subterránea. Este último es particularmente preocupante cuando las concentraciones superan los 50 mg/L, umbral a partir del cual el agua deja de ser apta para el consumo humano.
4. Diversidad de cultivos a nivel de explotación
Este indicador mide el número de explotaciones de cultivos herbáceos que cuentan con al menos tres cultivos distintos. Aunque su principal propósito es evaluar la mejora en la salud del suelo mediante el aumento de carbono orgánico, la reducción de la necesidad de fertilizantes y herbicidas, también contribuye a la creación de mosaicos agrícolas que fomentan la biodiversidad.
Durante el período 2015-2022, la PAC incentivó estas prácticas a través del pago verde (greening), que requería una diversificación de al menos dos cultivos en explotaciones pequeñas y tres en las más grandes. En el marco de la PAC actual, este enfoque se mantiene mediante la condicionalidad.
Sin embargo, al comparar este indicador entre países, es fundamental considerar las diferencias en los modelos agrícolas y las estructuras de las explotaciones. En España, por ejemplo, muchas explotaciones, debido a su pequeño tamaño o diversificación con cultivos permanentes como el olivar o el viñedo, no necesitan acogerse completamente a este esquema, limitándose en algunos casos a dos cultivos.
5. Emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de la agricultura
Este indicador refleja las emisiones netas de GEI provenientes de actividades agrícolas, así como su proporción respecto al total de emisiones. Incluye las emisiones generadas por la ganadería, las tierras de cultivo y los pastizales, aunque no permite un desglose detallado por tipo de actividad. Este indicador es clave para entender el impacto general del sector agrícola en el cambio climático.
6. Emisiones de GEI por euro producido
Es un indicador que analiza las emisiones de GEI atribuidas a la agricultura (incluyendo ganadería y uso del suelo) en relación con el valor de la producción agrícola. La relación se calcula utilizando euros reales, ajustados por inflación, para reflejar de manera más precisa la evolución de las emisiones por unidad de valor producido. Este enfoque permite evaluar la eficiencia ambiental del sector agrícola en términos económicos.
7. Emisiones de amoniaco
Este indicador mide las emisiones anuales totales de amoniaco (NH₃) procedentes de la agricultura, expresadas en millones de toneladas por año. La mayor parte del amoniaco liberado a la atmósfera proviene de actividades agrícolas, especialmente del manejo de estiércol y purines. Una vez en la atmósfera, el amoniaco puede depositarse en el suelo y cuerpos de agua a través de la deposición atmosférica. Además, su llegada a cuerpos de agua mediante escorrentía o lixiviación contribuye al enriquecimiento de nutrientes, desencadenando procesos de eutrofización.
Es importante tener en cuenta que la Directiva 2016/2284 establece objetivos de reducción de emisiones de amoniaco para 2030 en cada país de la UE. Este marco normativo es crucial para evaluar la evolución del indicador y diseñar estrategias de mitigación adecuadas.
8. Fitosanitarios
Se trata de un indicador de riesgo armonizado que evalúa el riesgo asociado al uso de productos fitosanitarios. Este indicador se fundamenta en la evolución de las cantidades anuales de sustancias activas comercializadas en relación con un período base de 2011-2013, ponderadas según factores de riesgo definidos por la Comisión Europea. Así, no solo mide el volumen de productos utilizados, sino también los cambios en su potencial impacto sobre el medioambiente y la salud, proporcionando una perspectiva más integral del riesgo asociado a su uso.
Aunque ha generado cierta polémica debido a los valores asignados a los factores de ponderación y a la omisión de otros elementos relevantes, es una herramienta útil para analizar la evolución del impacto de los métodos de control de plagas y enfermedades en la UE. No obstante, para obtener un análisis más completo, es esencial complementarlo con otros indicadores, especialmente aquellos relacionados con la biodiversidad, para evaluar de manera integral sus efectos sobre los ecosistemas.
9. Porcentaje de tierra para agricultura ecológica
Este indicador mide la proporción de superficie agrícola utilizada (SAU) que está destinada a la agricultura ecológica. Este sistema, caracterizado por prácticas que favorecen la conservación del medioambiente, tiende a generar un impacto ambiental más positivo en comparación con formas convencionales de agricultura. Además, fomenta estándares elevados de bienestar animal.
Evolución de la situación en España y en Europa
Uno de los aspectos más preocupantes es la evolución de la biodiversidad en los sistemas agrarios, que se mide a través del índice de aves. Este indicador muestra un deterioro continuo a escala europea desde el año 2000. Aunque parecía haberse estabilizado desde 2018, los datos más recientes de 2022 indican una nueva caída, situando el índice 30 puntos por debajo del nivel del año 2000.
Si bien las estadísticas de la aplicación incluyen datos de España únicamente hasta 2017, los indicadores apuntan a que el deterioro ha continuado en los años posteriores. Esto se refleja en los datos publicados hasta 2022 por el MITECO en el Perfil Ambiental de España y el Inventario de Especies Silvestres.
A pesar de que el descenso del número de aves también apunta a otras causas como el cambio climático, las prácticas agrarias se mantienen como el principal motor de este deterioro.
Por otro lado, existen indicadores cuyo comportamiento en Europa es neutral o carece de una tendencia claramente definida. Entre estos se incluyen la concentración de nitratos en aguas subterráneas, la intensidad productiva, la diversificación de cultivos y las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
En cuanto a los nitratos en aguas subterráneas, la concentración media en Europa aumentó entre 2001 y 2009, alcanzando un nuevo pico en 2015. Sin embargo, desde entonces, se ha observado una mejora constante, situándose actualmente dos puntos por debajo del valor inicial de la serie. No obstante, la magnitud limitada de estas variaciones indica una notable estabilidad del indicador.
En España, por el contrario, se observa una tendencia descendente a partir de 2018, según datos publicados por los países. Aun así, los niveles medios siguen siendo de los más altos de la Unión Europea, aproximadamente el doble de la media comunitaria, alcanzando los 40 mg de nitratos por litro de agua, lejos de los 25 mg considerados como umbral de buena calidad.
Estos datos medios esconden fuertes diferencias regionales, ya que en algunas zonas se pueden estar superando ampliamente los 50 mg, límite establecido para que el agua sea apta para el consumo humano.
La intensidad productiva en Europa se ha mantenido estable en los últimos años, aunque a partir de 2021 ha mostrado un leve retroceso. Este comportamiento está influido por el aumento de los precios de los insumos, especialmente los fertilizantes, provocado por la pandemia y agravado por la invasión rusa de Ucrania. Estas circunstancias han llevado a muchos agricultores a reducir el volumen de insumos adquiridos. En el caso de España, la intensidad productiva había crecido de forma sostenida en los últimos años, permitiendo mejoras en la producción; sin embargo, desde 2021 también se observa un retroceso similar al registrado en el contexto europeo.
En cuanto al indicador de diversificación de cultivos en Europa, la evolución parece haberse estancado e incluso haber sufrido un leve retroceso en 2020, el último año con datos disponibles. Este fenómeno podría estar relacionado con el predominio de pequeñas y medianas explotaciones que, para acogerse a las ayudas de la Política Agraria Común (PAC), optan por reducir el número de cultivos a dos, aprovechando la flexibilidad de las normativas. Estas dinámicas podrían estar generando las oscilaciones observadas en un indicador que se actualiza cada tres años.
En España, la situación es diferente. El número de cultivos en las explotaciones ha ido aumentando progresivamente, favorecido por los esquemas de ayudas de la PAC. Además, el crecimiento del tamaño promedio de las explotaciones ha propiciado cambios en los sistemas de manejo, lo que ha llevado a un incremento de 5 puntos porcentuales en las explotaciones con tres o más cultivos en los últimos diez años. Sin embargo, en términos absolutos, España parte de una posición más baja debido a su clima y al elevado número de pequeñas explotaciones con cultivos permanentes.
Respecto al volumen de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en la Unión Europea, este experimentó una disminución anual promedio del 1,1 % entre 1991 y 2010. Sin embargo, desde entonces, la reducción se ha ralentizado, con una caída media anual inferior al 0,5 %. En el caso de España, la situación es aún más preocupante, con una disminución inferior al 0,2 % anual. No obstante, como se analizará más adelante, esta interpretación puede cambiar si se considera la producción generada en relación con las emisiones.
Por último, algunos indicadores muestran tendencias claramente positivas a escala europea. Entre estos destacan las emisiones por valor de la producción, las emisiones de amoniaco, la superficie ecológica y el riesgo asociado al uso de fitosanitarios.
El aumento de la productividad, como se analizó en la sección económica, ha permitido una reducción progresiva de las emisiones de GEI por cada euro generado por la actividad agraria. En la Unión Europea, esta reducción alcanza un promedio del 2,7 % anual en los últimos 10 años, mientras que en España se sitúa en un 1,7 % anual. Esta diferencia se explica por la menor disminución de las emisiones registrada en nuestro país.
En lo que respecta a los fitosanitarios, la venta de estos productos a escala europea se ha mantenido estable hasta 2021 (en 2022 sufrió una fuerte reducción por el incremento de los costes), pero el indicador de riesgo de su uso ha venido reduciéndose en estos últimos años, en gran parte por la prohibición de las sustancias más tóxicas o a las restricciones de uso. En concreto, el índice armonizado de riesgo de los fitosanitarios ha mostrado una reducción significativa hasta 2021, disminuyendo 39 puntos en la Unión Europea y 35 puntos en España en comparación con el período base de 2011-2013.
Sin embargo, el aumento de los costos tras la invasión de Ucrania impactó el consumo de insumos en general, y en 2022 el índice descendió 50 puntos por debajo del nivel inicial en toda la UE. En España, la situación de sequía agravó aún más esta caída, situando el índice 65 puntos por debajo.
Por otro lado, existen diferencias importantes entre España y Europa en cuanto a las emisiones de amoniaco. En Europa, estas emisiones han disminuido de manera constante a una tasa promedio del 1,5 % anual entre 1990 y 2010, aunque este ritmo se desaceleró significativamente a un 0,25 % anual hasta 2021. En España, sin embargo, las dinámicas pueden diferir y requieren un análisis más detallado.
En contraste, la situación en España ha sido más variable. Tras un aumento significativo en las emisiones hacia finales de los años 90 y principios del nuevo siglo, las emisiones volvieron a disminuir progresivamente hasta el 2012, No obstante, el auge de la ganadería intensiva revirtió esta situación, impulsando un nuevo repunte en las emisiones hasta 2017. Desde entonces, las emisiones parece que han alcanzado un punto de estabilización situándose un 9 % por encima de las de hace 10 años.
Sin embargo, bajo la directiva 2016/2284, España está comprometida a reducir las emisiones de amoniaco en un 11 % para el año 2030, lo que subraya la necesidad de esfuerzos continuos para cumplir con este objetivo ambiental.
Por último, la superficie ecológica continúa incrementándose sin interrupción en España y en toda la Unión Europea, en concreto en los últimos diez años a un ritmo anual del 2,2 % anual en Europa y del 1,4 % en España.
En resumen, este análisis exhaustivo sobre la brújula sobre la sostenibilidad medioambiental de la agricultura europea subraya la complejidad del sector y la importancia de adoptar un enfoque integral y continuo hacia los ámbitos que quiere abordar la herramienta. Resalta, además, la urgencia de perfeccionar la recopilación de datos para proporcionar una base más sólida que permita evaluar la efectividad de las políticas vigentes y orientar futuras iniciativas. Esta mejora en la recopilación y análisis de datos es esencial para entender profundamente las interacciones entre prácticas agrícolas y sostenibilidad medioambiental, y para implementar soluciones que sean tanto efectivas como sostenibles a largo plazo.
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