Prometo nunca más hablar de tomate

Como digo intentaré dejar de hablar del tomate. Me estoy quitando. 

Pero antes déjenme que comente los datos de comercio entre países europeos y el resto del mundo. Incluyo también a Reino Unido (desde el brexit, a los investigadores nos han hecho un roto; consolidar sus datos con los de la UE se hace muy pesado). Y es que en el detalle está el gusto, y partir de ahí sacar algunas conclusiones. 

Todos sabíamos a estas alturas que Alemania era el primer comprador, y que, con el paso de los años, los países del este de Europa habían descongestionado, al menos un poco, el comercio continental. 

Países como Polonia, Bulgaria y Rumanía (también Chequia, con 71.421 t, aunque no aparezca en el gráfico) se han convertido en importadores netos. Llama la atención el peso del tomate turco en estas zonas, más en el caso de Bulgaria y Rumanía, su puerta de entrada a la UE. 

Mi querida España se mantiene como suministrador relevante, pero ya de segunda línea, en Alemania (con volúmenes que suponen la mitad que Países Bajos); o en Francia, enviando el 20 % del total marroquí. Solo somos el primer proveedor de Países Bajos. También en Italia y Polonia mantenemos el tipo. 

Por lo menos hemos conseguido diversificar, tal y como muestra nuestra importancia en el conglomerado ‘otros’. Pero, es más, ya aparecemos en el ranking de honor de compradores (quinto país importador ¿saben de dónde?). 

Francia ya hace tiempo que es territorio de Marruecos, y plataforma de reenvío de este tomate hacia Alemania (¿cómo explicamos entonces que el país germano importe, en meses de invierno, tomate procedente de Francia?). 

Y dejo por último a Reino Unido, que es nuestra nueva Francia. Poco a poco se nos va (digo a España) entre un manto naranja y rojo (permítanme la licencia poética). 

Lo dejo aquí, por penúltima vez. Sí, conforme he ido escribiendo me he dado cuenta de que tengo que seguir hablando de esto. Es terapéutico.