Regando los tomates de camino al concierto de Coldplay

La imagen que tenemos del sector agroalimentario y, muy especialmente, de los agricultores y ganaderos está muy condicionada por los mensajes que continuamente nos llegan a través de los diversos medios y de los foros en los que participemos.

Con el solo objetivo de recoger las primeras ideas que me vienen a la memoria, destacaría las escenas de productores que tiran sus productos ante la falta de rentabilidad por los bajos precios que perciben, los problemas generados por la sequía y las crecientes dificultades para disponer de agua de regadío, lo difícil que se hace vivir en un mundo rural cada vez más despoblado y con carencias para disfrutar de los servicios y comodidades de la población que vive en las ciudades, el sacrificio que supone dedicarse a una actividad que en muchas ocasiones requiere de jornadas maratonianas y que no entienden ni de días festivos ni de un mes de vacaciones, etc., etc., etc.

Y después de todas estas dificultades que conlleva la difícil tarea de asegurar la producción de alimentos para una población que no para de crecer, nos encontramos con algunas declaraciones que intentan criminalizar la actividad agropecuaria, culpándola de una parte relevante de los problemas causados por el cambio climático. Cuando, en realidad, la única actividad productiva que es capaz de fijar los gases efecto invernadero que están acelerando el proceso de cambio climático es precisamente la agricultura.

Ante todas estas realidades no es de extrañar que nos encontremos con un sector agrario muy envejecido y que no es capaz de atraer a jóvenes con talento.

Pero también es verdad que no todas las realidades son iguales y que hay casos que nos permiten tener esperanza para un sector que es crítico y estratégico para el futuro de la humanidad. Porque debemos recordar que sin alimentos no podemos vivir y que cada vez somos más personas a las que tenemos que alimentar.

El otro día estuve comiendo con Pedro, un agricultor de la costa de Granada, que me contó que era su mujer la que realmente llevaba la gestión de su explotación y que lo tenían todo bastante informatizado. Y que gracias a ello iban a permitirse viajar el fin de semana a Barcelona porque tenían entradas para uno de los conciertos de Coldplay. Desde, a través del móvil, podría ver cómo iban los cultivos y seguir regando y aportando los nutrientes que necesitaban sus tomates.

Por cierto, también me dijo que el objetivo de su cooperativa era intentar vender los tomates lo más caros posibles, porque la mayor parte de los socios de esta tienen pequeñas superficies y solo consiguiendo buenos precios iban a poder seguir ganando suficiente para seguir siendo agricultores.

Quizás Pedro y su cooperativa tienen la solución para el futuro de la agricultura española.