17 December 2023
Al inicio de la Comisión Van der Leyen , sabíamos qué esperar, el Pacto Verde Europeo era el eje rector, pacto que en nuestro caso tomó la forma de las estrategias “De la granja a la mesa” y “Biodiversidad”.
Cuatro años después, todo está mucho menos claro.
Es verdad que no han sido años fáciles, entre otros por:
- La COVID
- La guerra en Ucrania
- Las consecuencias del cambio climático en forma de sequía, inundaciones, heladas fuera de temporada…
- El aumento de los costes de producción y la inflación de costes
- La inflación alimentaria que ha castigado a los consumidores...
Pero no todo es culpa de las circunstancias externas a la Comisión. Podemos nombrar también su arrogancia, la del Vicepresidente Timmermans en particular, y la ausencia de un análisis de impacto que sustente los objetivos cuantitativos propuestos y su practicabilidad.
A todo esto, podemos agregar la consternación de una parte de la población europea, debilitada por estas repetidas crisis. Se siente marginada y abandonada por la clase política.
Si la transición ecológica, y agroecológica, no es profundamente inclusiva, esta población se vuelva negacionista y negativa y la hace terreno propicio para los extremismos y los nacionalismos.
Culpar a los más pobres que tú, los emigrantes por ejemplo, o los productores de los otros países (bloqueando los camiones españoles en las autopistas francesas, también por ejemplo) se vuelve una explicación entendible, sencilla, evidente.
Todas estas razones, y seguramente alguna más, explican el colapso del Reglamento europeo sobre:
- La reducción de pesticidas
- La sorprendente aprobación por parte de la Comisión, por 10 años, del uso posible del glifosato
- Y el aplazamiento de importantes iniciativas relativas (entre otros) al etiquetado de los alimentos, los sistemas alimentarios sostenibles y el bienestar animal
Cuatro años después del Pacto Verde Europeo, todo está mucho menos claro
El anuncio de un “diálogo estratégico sobre la agricultura” por parte de la Presidenta Von der Leyen en su último discurso sobre el Estado de la Unión, es una prueba del desasosiego de la Comisión.
Nunca es demasiado tarde para hacer las cosas bien, aunque sea en la última fase de tu (¿primer?) mandato, pero ¿cuánta energía y tiempo se ha desperdiciado en el largo camino hacia una agricultura sostenible?
En el momento de escribir este artículo, la Directiva sobre emisiones industriales (de la que se ha caído en el último momento la ganadería vacuna pero no la porcina o la aviar), parece bien encaminada hacia su aprobación definitiva, con un acuerdo en el Consejo entre los Ministros y un mandato de negociación aprobado por la Comisión de Medio Ambiente.
Lo mismo ocurre con el Reglamento sobre restauración de la naturaleza, el acuerdo político alcanzado entre los Ministros y los representantes todavía debe ser ratificado en el Pleno, lo que no puede ser una simple formalidad.
El programa de trabajo de la Comisión para el 2024
La Comisión ha presentado un ambicioso programa para este año que comienza. Aunque sabe que muchas de sus propuestas no se aprobarán antes de junio, mes en el que se disuelve el actual Parlamento Europeo, ha mantenido distintas iniciativas, algunas de ellas importantes para el sector agroalimentario, como son:
- Las relativas al packaging
- A las nuevas técnicas genómicas y el uso sostenible de productos fitosanitarios
- A la calidad del aire
- A la resiliencia en el ámbito del agua, incluida la protección de las aguas superficiales y subterráneas
- O a las importaciones de productos producidos recurriendo al trabajo forzoso, un pequeño y tímido paso en el largo camino de las “cláusulas espejo”
Además, también propondrá un objetivo climático para 2040 para continuar con la transición verde. Nada de todo esto esta mínimamente garantizado.
Al mismo tiempo, la batalla presupuestaria está cobrando impulso, a la luz de la revisión a medio plazo de las perspectivas financieras de la Unión (el marco presupuestario 2020-2027).
Los Estados miembros llamados “frugales”, conocidos popularmente como “el club de los rácanos”, quieren financiar las ambiciones internacionales anunciadas, el apoyo a Ucrania e incluso su adhesión futura, con unos recursos adicionales muy limitados.
Cuando oímos hablar de “redistribución” de los recursos comunitarios, sabemos por experiencia que esto no son buenas noticias para los presupuestos agrícola y de las políticas de cohesión, las dos principales políticas que han permitido que España tuviera un saldo presupuestario positivo.
Lejos están los tiempos en los que, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, y sin hablar con los otros miembros del Colegio de Comisarios, el responsable europeo de Agricultura, el polaco Janusz Wojciechowski, reclamaba una subida del presupuesto para la agricultura europea.
Con los mimbres actuales, y a pesar de la erosión que significa la inflación para un presupuesto congelado en términos nominales, no cabe ser optimista.
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