31 October 2023
Asistí la pasada semana a una jornada sobre energías renovables. Uno de los ponentes, tras un detallado y bien orientado planteamiento del tema, resumió diciendo que el futuro de la sociedad dependía de cuatro vectores críticos: energía, naturaleza, biodiversidad y agua. Expresé mi sorpresa ante el “olvido” de la alimentación como un vector crítico.
Esta es solo una de las anécdotas cotidianas sobre el valor percibido por la sociedad urbana sobre la agricultura y la producción de alimentos.
La alimentación no parece ser un tema para considerar ni preocupar, llevamos tantos años despreciando la agricultura que hemos llegado a creer que no tiene valor. Llevamos ya muchos años sin percibir en España la falta de alimentos. Incluso durante el covid el buen trabajo del sector agroalimentario impidió una crisis alimentaria.
Llevamos tantos años despreciando la agricultura que hemos llegado a creer que no tiene valor
Pero olvidarse de que el alimento es, tras el agua de boca (no de piscina), el primer consumo crítico para nuestra supervivencia es un error grave.
La historia de la humanidad, incluso la más reciente del siglo XXI nos explica que la falta de alimento o la dificultad de acceso por el nivel de precios pueden provocar una guerra. Tal como ocurrió en 2010-11 ante el aumento del precio del pan, el cual fue el detonante de las guerras del norte de Africa. “Pan y libertad” era el lema de las protestas. Pero lo hemos olvidado.
El distanciamiento de la agricultura ha llegado a crear una cultura del desprecio. Un conjunto de “verdades”, “obviedades” “mantras”, todas falsas o descontextualizadas, han formado el caldo de cultivo para justificar posturas incluso conceptualmente agresivas.
Se habla de la poca importancia de la agricultura con datos del PIB, cuando el sector agroalimentario, basado en la agricultura, es el primer sector productivo del país según el PIB, y el tercer sector exportador.
Se habla de que todos los agricultores son de edad avanzada, cuando estamos contando propietarios no trabajadores del campo (ocupados), tal como se calcula en todos los demás sectores. Este tema ya lo denuncié en la revista Índice del INI en 2020: ¿"Por qué contamos mal los agricultores?".
Se considera un sector atrasado cuando ha tenido un progreso en productividad sin rival de otros sectores. Tengamos en cuenta que el uso de las mas modernas y sofisticadas tecnologías tiene desde hace años una implantación importante y creciente.
Se habla con desprecio de las ayudas o subvenciones al campo, cuando las subvenciones tienen por destinatario el consumidor. Efectivamente, el consumidor es el destino de las ayudas, con la finalidad de garantizar la producción, de que los precios sean estables y que los precios no sean tan altos.
Se manifiesta escándalo por el consumo de agua, cuando el agua es la materia prima de la agricultura. Además, está existiendo un rápido proceso de modernización hacia la eficiencia: hoy solo el 22,3 % de la superficie de regadío en España se riega por gravedad.
Parece que se olvida que sin agua no hay alimentos, como nos recuerda frecuentemente Joan Girona, responsable de regadíos del IRTA. Lógicamente, la escasez del agua requerirá decisiones complejas, pero dentro de un marco de prioridades con sentido.
Ya en 2011 comenté en mi libro Entendre l’agricultura acerca de las causas del distanciamiento cultural de la sociedad, básicamente urbana, de la realidad agraria y de sus actores, los campesinos.
Entonces sugerí diversas vías de interpretación:
- En primer lugar, razones de signo antropológico; de alguna manera la historia de la humanidad es la historia de huida del hombre de la actividad para obtener la alimentación, es decir, la agricultura. La memoria histórica de la humanidad asocia la agricultura con la pobreza y la dependencia de una naturaleza hostil.
- En segundo lugar, las comunicaciones como muro de separación. El acceso a la cultura y al conocimiento ha contado con la dificultad añadida de unas comunicaciones insuficientes entre los centros de conocimiento, ubicados en los núcleos urbanos, y la actividad agraria desplegada en todo el territorio. El analfabetismo rural como fenómeno de antaño no puede ser considerado en la España actual, cuando la información y el conocimiento han roto las barreras del territorio y no tiene sentido sostener recelos ni imágenes deformadas por esta razón.
- Un tercer factor es la huella cultural de la revolución industrial. Esta supuso la entronización de la ciudad como paradigma de modernidad, de futuro y, a su vez, la valoración frívola de todo aquello que era artificial. Hoy se quiere redescubrir la naturaleza, pero desde una visión, frecuentemente estética o, quizás, mejor dicho, eco-estética, llevando en la mochila todo el fondo cultural del desprecio a la agricultura.
- Un cuarto factor es el propio éxito de las políticas agrarias. La tecnología y las políticas agrarias han garantizado que la comida no falte a la mesa del primer mundo y con ello ha creado la sensación que el alimento dejaba de ser problema. Incluso, probablemente, se han olvidado las razones por las que se habían implantado determinadas políticas y por qué estas debían tener un coste para la sociedad.
- Un quinto factor podría ser la propia reestructuración del campo. La modernización del campo a mediados del siglo XX fue un hecho positivo, pero tuvo una cara inversa en reducción de lugares de trabajo y despoblación rural. A la ciudad llegaban los necesitados de trabajo, nadie observaba que en el campo quedaban empresas agrarias más modernas.
- Un sexto factor proviene del retorno de la ciudad al campo; se recupera y revaloriza la naturaleza, pero desde posiciones extremadamente esquemáticas. Se realiza un acercamiento romántico respecto al medioambiente, paternalista en relación con la población rural e ingenua en cuanto a la gestión de la naturaleza y el proceso de producción de alimentos.
- Finalmente, un séptimo factor, es la propia imagen autodeformada de la agricultura. Son las propias organizaciones agrarias que frecuentemente, para reforzar su posición negociadora, argumentan sus reivindicaciones con un mensaje de dificultad cercana a la liquidación del sector. Una imagen de penuria es, generalmente, un mal camino para lograr complicidades y obtener éxitos. La agricultura debe defenderse por su carácter estratégico clave.
Hoy se ha añadido otro factor mucho mas decisivo: el cambio climático. Siguiendo la argumentación del filósofo Daniel Innerarity, el cambio climático provoca miedo y el miedo conlleva sentimientos de urgencia en busca de soluciones.
El camino más fácil para encontrar soluciones es el esquema causa-efecto. Si encontramos la causa podemos encontrar la solución. Si encontramos la solución y seguimos buscando caminos fáciles, lo mas barato es encontrar un culpable.
En este caso, qué mejor culpable que el sector social al que llevamos años despreciando, qué mejor culpable que la agricultura y el agricultor.
Para ello hemos descontextualizado y/o falseado los datos de emisiones de gases efecto invernadero (GEI) y hemos iniciado una guerra sin cuartel contra la agricultura y el agricultor. Se ha consolidado una “verdad”, un axioma irrefutable por su carácter “obvio” sobre los desmanes de la agricultura, mientras aceptamos infinitas tolerancias para otros sectores.
En mi opinión se trata de bulling social. Afirma René Girard, tratando del concepto de chivo expiatorio: “Cuanto más se aleja uno en el sentido que sea del estatus social común, mayor es el riesgo de que se le persiga. Lo vemos fácilmente en el caso de las personas situadas en la parte inferior de la escala social”.
La agricultura y los agricultores, tras tantos años de denigración, son víctimas ideales como chivo expiatorio
En la Edad Media, si no llovía o llegaba una peste se terminaba encontrando una bruja a la que quemar. La lluvia no llegaba y la peste persistía, pero habíamos hecho todo lo que podíamos.
En el siglo XXI, la tranquilidad que ofrece tener un culpable a quien castigar es inversamente proporcional al acierto en las respuestas eficaces.
Nuestra estúpida complacencia en los caminos fáciles nos lleva a dar bandazos destructivos de las herramientas que nos pueden ser imprescindibles para hacer frente a la crisis climática y medioambiental. El dogmatismo y la falta de flexibilidad lo pagaremos bien pronto.
Acierta Manuel Pimentel cuando se pregunta por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer. Y afirma: “El campo se vengará, al modo bíblico, con escasez y brutal encarecimiento de los alimentos, de la sociedad que lleva décadas despreciándolo”.
Empezamos a verlo.
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