13 November 2020
Nuestro planeta tierra
Nunca antes el ser humano había tenido tanta capacidad para influir en los ecosistemas del planeta Tierra. Y nunca antes nuestra actividad había supuesto una carga tan pesada para las generaciones venideras. Hasta hace relativamente poco tiempo, nuestra presencia apenas era notada por la Tierra. Cuando éramos cazadores-recolectores, que es la mayor parte de nuestra existencia como especie, nuestra actividad seguía los ritmos de la naturaleza y se adaptaba a la misma.
Pero la invención de la agricultura comenzó a cambiar las cosas. Las pocas tribus que hasta entonces se repartían por extensos territorios comenzaron a sedentarizarse y a crecer. Dicho proceso nos trajo la civilización, nos definió tal y como somos actualmente. Nos permitió llevar al extremo aquello que según el pensador Yuval Noah Harari nos hace humanos: nuestra capacidad para cooperar en grandes grupos en pos de construcciones cognitivas, y no solo de realidades objetivas.
Poco a poco las poblaciones humanas crecieron y ese crecimiento los llevó a ocupar más y más espacio, no solo físico, sino también espacio ecológico. Amaestramos plantas y animales para cultivarlos, los adaptamos a nuestras necesidades a través de un proceso dirigido y hasta cierto punto al margen de la selección natural. Construimos ciudades y modificamos los flujos de agua y los paisajes, domesticando la naturaleza y a nosotros mismos en el proceso.
La Revolución Industrial, un cambio social
Hace tres siglos, la Revolución Industrial vino a acelerar las cosas. La mecanización de los procesos productivos intensificó las necesidades de recursos, principalmente carbón, para alimentar el insaciable apetito de una sociedad que se había convertido en energético-dependiente. Al carbón le sustituyeron el petróleo y oros hidrocarburos, más baratos de obtener y de mayor rendimiento térmico.
Ciertamente, a la larga, dicha revolución permitió mejorar la calidad de vida de las poblaciones occidentales, organizadas en torno a estados-nación incipientes. Pero a cambio imprimió una huella indeleble en el clima de la Tierra. Desde entonces las emisiones de gases de efecto invernadero han ido contribuyendo a un calentamiento paulatino del planeta.
A lo largo de este proceso, las poblaciones humanas de una porción creciente del planeta han ido escapando de las crisis demográficas de tipo malthusiano (hambrunas recurrentes), superando hoy los 7.000 millones de habitantes. Una de las consecuencias de este proceso es que cada vez una menor proporción de gente se tiene que dedicar a producir alimentos, liberando fuerza de trabajo y capacidad intelectual para desarrollar otros campos de la creatividad humana como la ciencia y el arte.
¿Es posible cambiar nuestro sistema económico?
Hemos explorado nuestro entorno cercano y hemos puesto la vista en las estrellas, buscando entre otras cosas neotierras que permitan el desarrollo de vida como la terrestre. Hemos buscado en nuestro interior, llegando a descifrar el genoma humano y del resto de seres. Y ahora estamos aprendiendo a editarlo, abriendo un nuevo horizonte apasionante y peligroso a partes iguales.
Hemos logrado vencer enfermedades que en otros periodos de la historia nos diezmaron. Hemos desarrollado una tecnología que nos permite desarrollar procesos que antes nos parecían imposibles o demasiado costosos. Y hemos logrado que millones de personas escapen de la trampa de la pobreza en las últimas décadas.
Y ahora nos toca transformar todo nuestro sistema económico y social. Usando todo ese conocimiento acumulado y toda la tecnología que tengamos a nuestra disposición. Nos toca ser sostenibles. Por necesidad.
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