14 November 2020
Importancia del suelo en la agricultura
El suelo es un recurso natural, indispensable para la vida en nuestro planeta; tenemos la obligación de protegerlo y conservarlo para las generaciones presentes y futuras. El suelo es una matriz compleja, constituido por materia mineral, materia orgánica, aire, agua y organismos vivos (lombrices, algas, bacterias y hongos), combinándose para realizar procesos de tipo físico, químico y biológico.
El suelo no es un ente estático sino dinámico; es un ente vivo, con procesos continuos de síntesis y degradación derivados fundamentalmente de la actividad de sus poblaciones microbianas.
Existe por tanto, una concepción vitalista del suelo, pero ni los científicos ni las administraciones hemos sabido trasladar a la sociedad la importancia del suelo como recurso natural, necesario para la vida. Su degradación es una seria amenaza para el futuro de la humanidad y de todos los seres vivos en general. Hoy sabemos que el suelo no sólo es la base para la agricultura, sino que, además, de él depende la vida.
La importancia del suelo en la agricultura es indiscutible; contribuye a diferentes servicios ecosistémicos tales como los flujos de agua y el incremento del C (carbono) estable en ese suelo, mitigando así el cambio climático. Pero debido a diversas acciones antrópicas, efectos derivados del cambio climático como las grandes sequías o excesos de gases invernadero, influirán sin duda sobre el suelo y la agricultura que sobre él se desarrolla.
De ahí el interés de adaptar la agricultura mediterránea al mencionado cambio climático, evitando incidir negativamente sobre el suelo y su degradación mediante adecuados manejos y estrategias.
El suelo no es un ente estático sino dinámico, es un ente vivo necesario para la vida
El suelo y sus procesos condicionan la agricultura, incidiendo en su productividad, funcionalidad, y por tanto, en su fertilidad. El suelo agrícola debe ser considerado como el núcleo de la sostenibilidad futura, y de ahí el interés en que mantenga una buena salud y calidad. Se plantea un cambio de paradigma: no sólo fertilizar la planta para obtener rendimientos agrícolas inmediatos, sino focalizar nuestro interés sobre el suelo y su fertilidad edáfica, capaz de producir efectos positivos para las plantas y el medio ambiente asociado.
Europa apuesta en esta línea, mediante programas como EJP SOIL que se ha puesto en marcha, donde el suelo toma el protagonismo para la agricultura del futuro; o los nuevos pilares europeos para HORIZONTE EUROPA 2021-2027, donde uno de ellos es “Salud del Suelo y Agricultura”, siendo su lema: “Cuidar el suelo es cuidar la vida”.
El suelo proporciona nutrientes primarios para la vida vegetal y actúa como base para la alimentación, o para conseguir combustibles, fibras y productos de valor añadido, así como para muchos servicios ecosistémicos esenciales. Ronald Vargas, oficial de la Gestión de Tierra y Suelos en la FAO, señala que:
“La calidad de nuestra alimentación depende mucho de la calidad de nuestro suelo. Su degradación es un proceso silencioso, pero tiene enormes consecuencias negativas para la humanidad. Alrededor de un tercio de los suelos del planeta se enfrenta a una degradación entre moderada y grave. La atención y el compromiso dedicados a suelos saludables y vivos, serán aliados cruciales para garantizar la seguridad alimentaria y la nutrición para todos”
El suelo agrícola debe ser considerado como el núcleo de la sostenibilidad futura, y de ahí el interés en que mantenga una buena salud y calidad
Suelo agrícola y cambio climático
El suelo, incluido aquel dedicado a la agricultura, constituye la mayor reserva de carbono orgánico terrestre, más del doble de la cantidad almacenada en la vegetación.
Sabemos la importancia de captar CO2 por la vegetación, pero aún más importante sería incrementar la capacidad como sumidero de C de nuestros suelos, sean agrícolas o no. Además, dichos suelos ayudan a suministrar beneficios al ecosistema, como aportar agua potable, evitar la desertificación, o proporcionar resiliencia frente a las inundaciones y la sequía; el suelo mitiga el cambio climático a través del secuestro de carbono y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Como ya se ha afirmado por diversos científicos de prestigio, los suelos del mundo deben formar parte de cualquier programa dedicado a hacer frente al cambio climático, asegurando así la alimentación futura.
Es el momento de crear una conciencia general a favor del carbono en el suelo, para que no sea considerado sólo como un medio para el crecimiento de las plantas.
El suelo es la base para la agricultura y el sustrato de los ecosistemas naturales en todo el planeta. Las prácticas de manejo convencionales como el arado, los patrones de cultivo, así como el uso de plaguicidas y fertilizantes, han tenido influencia sobre la calidad del agua y de la atmósfera, ya que han generado cambios en la capacidad del suelo para producir y consumir gases como CO2, óxido nitroso y metano.
Un aspecto a destacar es que, en la agricultura, acciones antrópicas defectuosas y a veces irracionales, han promovido la pérdida de la materia orgánica, reduciendo la fertilidad, alterando negativamente diferentes propiedades del suelo, incrementando además la erosión y el CO2 atmosférico. Por consiguiente, las prácticas agrícolas inadecuadas contribuyen al calentamiento global del planeta.
Los niveles elevados de gases asociados al efecto invernadero y las alteraciones en los ciclos hidrológicos han producido cambios en el clima global, así como la reducción del ozono. Para afrontar esta amenaza, se requiere, por una parte, comprender qué está sucediendo con un recurso natural como es el suelo, y cómo el manejo agrícola de dicho suelo está afectando a sus procesos; por otra, plantear alternativas de uso que mantengan tanto la calidad ambiental como su eficiencia, es decir, alternativas sostenibles.
Si buscamos “sostenibilidad” en la agricultura, dentro de un panorama de cambio climático, necesitamos una nueva visión y aproximaciones holísticas para el manejo de ecosistemas. Hemos de hacer frente a la creciente demanda de alimentos, fibras, y a la protección ambiental. Para lograr esa sostenibilidad surgen herramientas como los conceptos de salud y calidad del suelo, basados en propiedades inherentes y dinámicas de los procesos de dicho suelo.
Esas propiedades pueden alterarse frente a variaciones de temperatura, o a procesos de sequía constantes. Interesa disponer de conocimiento para mantener una agricultura de futuro adaptada a estos cambios climáticos; ahí, el suelo tiene mucho que decir, ya que, si tiene buena calidad y salud, puede atenuar los efectos negativos del mencionado cambio climático.
Hay que señalar que, en la agricultura mediterránea, cada vez es más necesario el empleo de enmiendas orgánicas o fertilizantes orgánicos que permitan mejorar la calidad y salud del suelo, además de incrementar su materia orgánica y el C estable. Esas enmiendas orgánicas aumentarán la capacidad de retención de agua de dichos suelos, lo cual es un valor añadido en la lucha contra el cambio climático.
El suelo es la base para la agricultura y el sustrato de los ecosistemas naturales en todo el planeta.
Microorganismos, agricultura y cambio climático
Además de todo lo indicado hasta ahora, para caminar hacia una agricultura sostenible, mucho tienen que decir los microorganismos existentes en el suelo y que forman parte de la vida del mismo. La mayoría de la biomasa de nuestro planeta se encuentra en el suelo, dónde los microorganismos emplean la materia orgánica o mineral como fuente de nutrientes y energía. Es por ello, que dichos microrganismos desempeñan un papel fundamental en los suelos, ya que son los últimos responsables del estado de la materia orgánica y, en general, del desarrollo y funcionalidad de un ecosistema terrestre.
Una de las funciones más importantes de los microorganismos del suelo consiste en descomponer las diversas clases de materia orgánica de origen vegetal o animal: estiércol, rastrojos, hojas, raíces, restos de animales, productos del metabolismo humano y animal, fertilizantes, etc. La capacidad de un suelo para descomponer restos vegetales agrícolas está substancialmente controlada por la abundancia, composición (ej. relación hongos/bacteria) y actividad de las comunidades microbiológicas del suelo, y por las interacciones microorganismos del suelo-planta.
Los hongos descomponen residuos de baja calidad y compuestos orgánicos recalcitrantes más eficientemente que las bacterias y por lo tanto, se asocian a suelos en condiciones de menor fertilidad y más sequedad. Por otro lado, las bacterias prosperan en ambientes dónde domina las entradas de formas más lábiles de C.
Las poblaciones microbianas de suelos agrícolas, y su actividad, se alteran por el cambio climático (régimen de lluvias, empleo de aguas de mala calidad, incremento de temperatura del suelo, etc.,), así como por algunos de los insumos empleados. Ello condicionará negativamente la biodiversidad del suelo y la producción de alimentos generados con la agricultura.
A su vez, el suelo se encuentra sometido a una gran presión, debido al aumento de la población mundial y la necesidad de asegurar su alimentación. Por este motivo, es necesario conocer cómo los cambios en el uso del suelo junto al cambio climático pueden afectar al pool de microorganismos que viven en él, ya que estos ayudarán a mantener la productividad agrícola.
Parece totalmente necesario adaptar nuestra agricultura a los cambios climáticos presentes y futuros, para que la biodiversidad microbiana de los suelos no se vea influida negativamente, y haga perder eficacia a nuestra agricultura. Si no lo conseguimos, la vida de los suelos y la agricultura que soportan, sufrirán, poniendo en entredicho la tan deseada sostenibilidad.