06 December 2021
En primer lugar, fueron los reajustes productivos provocados por la covid-19, que llevaron al cierre de muchas plantas industriales ante las expectativas de no poder rentabilizar su actividad.
De esta forma, se ha incrementado espectacularmente el precio del acero, los tiempos de espera para muchos componentes electrónicos se han alargado durante meses y hay dudas de que en los momentos del año de mayor consumo podamos disponer de algunos bienes a los que estábamos acostumbrados, como son los juguetes o la ropa.
En la misma medida la oferta de transporte marítimo se ha reducido considerablemente y los precios han subido exponencialmente.
Paralelamente, los precios de los combustibles fósiles, y muy especialmente el gas natural, también han experimentado grandes subidas llevando a un encarecimiento de los costes de producción para muchas industrias. Algunas de las cuales han reaccionado paralizando su actividad a la espera de una vuelta a la normalidad. En esas circunstancias nos encontramos, por ejemplo, a una parte importante de los fabricantes de abonos nitrogenados.
Todas estas situaciones están afectando, indudablemente, al sector agroalimentario. Tradicionalmente, uno de los principales factores de producción como son las semillas mostraban un proceso inflacionario medio anual de un 5 %. En los últimos tres años el factor que más se había encarecido había sido la mano de obra. Los sucesivos incrementos del salario mínimo interprofesional habían provocado un aumento de los costes laborales del 30 %. Valor que es muy relevante en aquellas producciones con mayores necesidades de mano de obra.
Además, durante la pandemia se tuvieron que adoptar medidas excepcionales que han terminado por transformarse en estables, suponiendo un mayor esfuerzo de las empresas para asegurar la salud de sus trabajadores.
Pero este último año el sector agrario está viviendo una tormenta perfecta.
El aumento del precio de la energía ha hecho subir de manera muy significativa los costes de los plásticos, de los fitosanitarios y del agua. Pero la paralización de las fábricas de fertilizantes está llevando a una espiral ascendente del precio de los mismos sin que seamos capaces de saber cuando se estabilizarán y si en algún momento volverán a los niveles anteriores a la pandemia. En concreto el precio de la urea se ha incrementado en un 150 % durante el último año. Y lejos de tranquilarse los mercados solo entre septiembre y octubre la subida ha sido del 46 %.
En la misma situación se encuentra la producción ganadera, que está pagando de media casi un 30 % más por los piensos.
En estas circunstancias, producir actualmente un kilogramo de hortalizas puede llegar a ser un 50 % más caro que hace tres años. El coste de engordar un cerdo cuesta un 25 % más que hace un año. E igual ocurre con la leche, las frutas, los cereales y los demás productos agrarios
La pregunta inmediata que nos surge es: ¿han sido capaces los agricultores y sus empresas de trasladar estos incrementos hacia sus clientes y hacia los consumidores? ¿O al menos compartirlos?
Me parece que la respuesta es por desgracia negativa.
Y ante una situación similar, otros sectores han optado por cerrar sus centros de producción y esperar mejores tiempos para reiniciar su actividad.
¿Qué ocurriría si los agentes del sector agroalimentario adoptasen decisiones similares?
¿Tendríamos suficientes alimentos para todos?
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