17 September 2023
La presidenta de la Comisión Europea pedía, en su discurso sobre el estado de la Unión del pasado 13 de septiembre, más diálogo y menos polarización entre la agricultura y la conservación de la naturaleza. Lo que ocurre en este ámbito es reflejo de lo que vivimos en nuestra sociedad. Dialogar supone buscar consensos para avanzar; no sirve sentarse en una mesa para mantenerse en la posición de partida.
Todos estamos viendo lo que ocurre en nuestro entorno: incendios devastadores, sequías, inundaciones, pérdida de biodiversidad, etc. La gran mayoría creemos que hay una causa muy importante, el cambio climático, pero también somos conscientes de que hay otras muchas que contribuyen. Sin embargo, no nos ponemos de acuerdo es en las soluciones.
Centrándonos en el entorno de la agricultura y del medio rural, unos piensan que hay que transformar el modelo de producción y conservación del territorio, mientras que otros pensamos que es preciso mitigar los impactos manteniendo una actividad económica rentable y viable. A partir de ahí, unos proponen cambios radicales y otros defienden su estatus para asegurar su actividad.
El modelo de producción que se construyó a mediados del siglo pasado cumplió su objetivo de suministrar alimentos a la población del mundo. La ciencia ha demostrado que generaba algunos impactos indeseables y la tecnología ha permitido medirlos y cuantificarlos. A partir de ese momento, la ciencia ha proporcionado la base para buscar soluciones. Y la tecnología las va poniendo en el mercado progresivamente.
Las tecnologías, en las primeras fases de su desarrollo, son caras, y su utilización incrementa los costes de producción de alimentos. Con el paso del tiempo, aumenta la oferta de esas innovaciones, se reduce su coste y pueden ser incorporadas en los procesos productivos sin provocar un aumento significativo de los precios.
En ese periodo de transición, esos alimentos, de producción más costosa, se pueden ofrecer a un segmento de consumidores que están dispuestos a comprarlos y pueden pagarlos. Poco a poco se extenderá la demanda por un porcentaje más elevado de la población.
Mi conclusión es clara: para abordar el cambio en el modelo de producción de alimentos y la protección ambiental de los territorios se necesitan dos elementos: tecnologías y tiempo.
Si limitamos la utilización de determinadas tecnologías por dogma, y no por evidencia, como se hace en otros países del mundo, y queremos aplicar los cambios de manera inmediata, las consecuencias son evidentes: incremento de costes de producción y de precios de los alimentos, salida del mercado de muchos productores, en beneficio de otros de países terceros, abandono de las zonas rurales y pérdida de capital humano, y polarización en las posiciones.
Para empezar a impulsar el diálogo, definamos objetivos concretos, pero dando herramientas a todos los actores: abramos la puerta a las tecnologías, y pongamos en marcha esquemas voluntarios de diferenciación de alimentos en el mercado, por alegaciones ambientales.
La Comisión tiene la oportunidad de mostrar su disposición al diálogo con la regulación de las nuevas técnicas genómicas o con la propuesta de los sistemas alimentarios sostenibles.
El tiempo lo dirá.
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