23 January 2024
Con más de treinta años de experiencia en sostenibilidad, bioeconomía y gestión de la innovación, Manuel Lainez Andrés acaba de ser nombrado director de la Fundación Grupo Cajamar.
Desde su nuevo puesto será el responsable de coordinar la actividad de Cajamar Innova, Plataforma Tierra y los dos centros experimentales especializados en agricultura mediterránea que la entidad financiera tiene en Almería y Valencia.
En esta entrevista repasamos los principales hitos de su trayectoria profesional y cómo ha vivido, desde la dirección de algunos de los principales centros de investigación de nuestro país, la evolución reciente del ecosistema español de innovación agroalimentaria.
Un ecosistema formado por empresas y administraciones que afrontan el futuro inmediato con el reto de plantear nuevas respuestas a un mercado global cada vez más competitivo y a la necesidad de producir más alimentos con menos recursos para reducir su impacto ambiental.
PREGUNTA: Como veterinario, los primeros años de tu vida profesional estuvieron ligados al mundo de la producción animal.
RESPUESTA: Tras licenciarme me incorporé a la Generalitat Valenciana como veterinario, y durante esos primeros años desempeñé diferentes puestos de responsabilidad en sanidad animal, políticas agrarias y seguridad alimentaria, llegando a ser jefe del Área de Ganadería de la Conselleria. Lo que me permitió conocer de primera mano los retos a los que se enfrentaba el sector entre finales de los años ochenta y la década de los noventa: la integración en la Política Agraria Común, la gestión de las nuevas ayudas y subvenciones a la producción o el impacto de crisis sanitarias importantes como la de las vacas locas o la peste porcina.
Aquello me enseñó también la importancia de que un sector sepa responder a las exigencias de la sociedad para garantizar su viabilidad. Y al mismo tiempo comencé a gestionar equipos amplios con una gran responsabilidad, porque el modo de vida de muchos ganaderos dependía de nuestro trabajo.
P.: Pero seguiste formándote, como doctor ingeniero agrónomo, y llegaste a impartir docencia en la Universidad.
R.: Así es. A partir de mi experiencia gestionando políticas agrarias y de sanidad animal comencé mi doctorado en ingeniería agronómica en la Universitat Politècnica de València con una tesis sobre el porcino. Aquello me permitió conocer en profundidad cómo era la estructura productiva de las explotaciones y los retos, riesgos y debilidades del sector en la Comunitat.
Tras doctorarme, en 1998, fui profesor asociado de Producción Ganadera durante diez años en la UPV, lo que también me ayudó a conocer cómo funciona la Universidad por dentro.
P.: ¿Y cuándo comienzas a tener responsabilidades directas en el ámbito de la innovación?
R.: Eso fue en 2005, cuando ya llevaba dieciocho años en la Generalitat. Me ofrecieron la oportunidad de poner en marcha, desde cero, el Centro de Investigación en Tecnologías Animales, el CITA, con sede en Segorbe, en Castellón. Fueron tres años de actividad intensa. Cuando me fui en 2008 ya trabajan allí medio centenar de investigadores y técnicos, y aprendí muchas cosas: desde construir una granja a gestionar proyectos de I+D, y sobre todo a tratar de convencer a las empresas para que participaran en ellos.
Después pasé a la Dirección General de Investigación e Innovación Agroalimentaria de la Conselleria, en la que estuve cuatro años. Fue un cambio importante: hasta ese momento me había movido casi exclusivamente en el campo de la producción animal, y pasé a centrarme en la horticultura y la fruticultura, y en menor medida en la industria agroalimentaria. Fue una etapa compleja, en la que también aprendí bastante, marcada por la crisis y las restricciones presupuestarias tanto de la Administración como de las empresas.
P.: La agricultura valenciana es una de las más dinámicas, y de las más complejas, de nuestro país. ¿En qué situación se encontraba el sector en aquella época?
R.: Fue otro período de aprendizaje intenso, en el que además de seguir lidiando con las restricciones presupuestarias tuvimos que hacer frente a crisis de gravedad, como la micosfarela del caqui o el picudo de las palmeras. A pesar de todo, como vicepresidente del Instituto Valenciano de Investigación Agraria, el IVIA, tuve la oportunidad de poner en marcha un plan estratégico de investigación específico para la agricultura de la Comunitat que incluía todos los elementos que preocupaban al sector: la competitividad, la introducción de nuevas variedades o la seguridad alimentaria. No nos inventamos nada, todo venía de atrás, pero sí hicimos un esfuerzo importante por racionalizar los esfuerzos y las inversiones.
También empezamos a incorporar los primeros objetivos de sostenibilidad, con herramientas de secuestro de carbono y las primeras estrategias para reducir la huella ecológica de los cultivos. En ese ámbito pusimos en marcha el proyecto ‘Residuo Cero’ para la reducción progresiva del uso de los fitosanitarios, en el que conseguimos involucrar a prácticamente todas las cooperativas hortofrutícolas de la Comunitat y a muchas empresas privadas, y en el que también participó el Centro de Experiencias de Paiporta en Valencia, que entonces dependía de Fundación Ruralcaja y que hoy forma parte de Fundación Grupo Cajamar.
En definitiva, fueron años de promoción de la colaboración público-privada para evaluar tecnologías, y en los que también pude conocer de forma directa la realidad de los principales subsectores agrícolas, especialmente el de los cítricos.
P.: Con todo ese bagaje acumulado, en 2012 pasas de la Administración agraria regional a la nacional como director del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria. ¿Qué supuso para ti este paso por el INIA?
R.: Estuve seis años como director del INIA, hasta 2018. Lo que más valoro es la oportunidad de conocer en profundidad la estructura de investigación agroalimentaria aplicada de nuestro país, con todos los centros de las comunidades autónomas: además del IVIA, el IFAPA andaluz, el ITACyL de Castilla y León, el IRTA catalán, etc. A mi llegada comencé a definir prioridades de investigación, con una orientación eminentemente aplicada, a partir de las que montamos convocatorias de financiación con dos ejes fundamentales: la prevención de enfermedades y riesgos sanitarios en los cultivos, y la entrada del sector privado en los proyectos, participando en la toma de decisiones de forma colaborativa.
A fin de cuentas, son las empresas y las cooperativas, los agentes de la economía, los que realmente se la juegan y necesitan resolver problemas de cuyas soluciones depende su propia viabilidad. Por tanto, deben tener un papel protagonista en el diseño de las prioridades de investigación.
“La colaboración entre empresas, centros tecnológicos y administraciones es clave para mantener la competitividad del sector agroalimentario español”
De esa época hay dos proyectos que recuerdo con especial cariño: uno relacionado con la Xylella, en el que participaron prácticamente todos los centros y universidades vinculados con la olivicultura española; y otro sobre las enfermedades de la madera de la vid, en el que sucedió algo similar. Ambas iniciativas han servido para seguir trabajando en esos ámbitos.
P.: Precisamente es en esa época se pone en marcha una iniciativa que marca, de alguna manera, el inicio de tu colaboración con Cajamar, como coordinador de la estrategia española de bioeconomía.
R.: Así es. Empezamos a trabajar en la Estrategia Española de Bioeconomía en 2013, y se publicó definitivamente en 2016. Realmente no se trataba de inventar nada, pero sí de traer a España una línea específica de trabajo que ya estaba fomentando la Comisión Europea, y que más adelante sirvió para complementar la Estrategia Española de Economía Circular.
En el grupo de trabajo que coordiné nos propusimos incentivar al mundo científico y de la investigación para que comenzara a trabajar de forma decidida en la valorización de todos los recursos naturales, fundamentalmente de la cadena agroalimentaria pero también del ámbito forestal, de los residuos urbanos, etc., para transformar desechos en subproductos que aporten valor.
Mi vinculación con la bioeconomía me permitió conocer un nuevo mundo más allá de la agroalimentación: el de las empresas de bioproductos para la industria y energéticas interesadas en las posibilidades de la biomasa, con nuevos proyectos de emprendimiento basados en tecnologías avanzadas.
P.: Cuando finaliza tu etapa en el INIA en 2018 te reincorporas a la Generalitat Valenciana, pero poco después le das un giro a tu carrera y te estableces como consultor independiente. ¿Cómo es tu salto a la empresa privada?
R.: Tras pensarlo un tiempo, y aprovechando todo lo aprendido tras más de una década de experiencia en el sistema público de I+D, decido solicitar una excedencia y abordar un nuevo reto profesional en torno a una cuestión clave para el sector: la sostenibilidad. Todos esos años en contacto directo con investigadores y empresas de primer nivel me hicieron darme cuenta de que la sociedad demandaba, cada vez más, que el sector agroalimentario hiciera un esfuerzo notable por reducir el impacto ambiental de la producción de alimentos e implantar prácticas sostenibles.
De esta manera, he pasado los últimos cinco años colaborando estrechamente con las interprofesionales y asociaciones del conjunto del sector cárnico, del vacuno al porcino, tan penalizado por la falsa percepción social de ser responsable de buena parte de las emisiones de gases de efecto invernadero de la economía global y, por tanto, del cambio climático.
También he trabajado con otras empresas, instituciones y entidades relacionadas con el sector, como Cajamar, claro. Pero siempre en cuestiones relacionadas con la innovación, la bioeconomía circular, análisis del ciclo de vida, tecnologías para la reducción del impacto ambiental y estrategias de sostenibilidad.
Y, por supuesto, en comunicar todo lo que se está haciendo bien, que es mucho, para contrarrestar, sobre todo en el mundo cárnico, la opinión negativa que teniéndose traslada desde determinados colectivos.
P.: Hace un par de años participaste como coordinador en un libro de Cajamar sobre sostenibilidad del sector ganadero que aportaba datos concretos del progreso en términos de buenas prácticas en la última década. Pero ¿hemos avanzado lo suficiente?
R.: Hay al menos dos motivos por los que podemos decir que vamos en la dirección correcta. Primero, y más importante, la elevada competitividad actual del conjunto del sector agroalimentario español descansa, en buena medida, precisamente en su eficiencia en el uso de los recursos. Y para conseguir ese grado de eficiencia necesitas invertir en tecnologías avanzadas, que suponen el segundo indicador de progreso en términos de sostenibilidad. Por tanto, estamos avanzando, sin duda, pero necesitamos además seguir trabajando en la reducción del impacto ambiental.
“No basta con ser eficientes, tenemos que seguir trabajando para reducir al mínimo el impacto ambiental de la producción de alimentos”
P.: Parece evidente que investigadores, analistas y responsables sectoriales están convencidos de que es imprescindible seguir invirtiendo en prácticas sostenibles. ¿El agricultor y el ganadero están igual de concienciados?
R.: Desde luego, entre otras cuestiones porque a todos le afecta directamente al bolsillo, y porque sus clientes se lo exigen. Las políticas europeas exigen una serie de compromisos e indicadores a los productores, tanto ganaderos como agricultores, que necesariamente están trasladando a la práctica diaria en sus explotaciones.
La distribución, por su parte, también está siendo incentivada a exigir a sus proveedores que hagan las cosas de determinada manera.
Y, en última instancia, el sector financiero también está obligado, cada vez más, a cumplir criterios ambientales en su política de concesión de préstamos. Con lo cual, la sostenibilidad es una realidad que no tiene vuelta atrás, tanto dentro como fuera del sector.
P.: Y a todo esto ¿cuándo inicias tu colaboración con Grupo Cajamar?
R.: Comienzo a colaborar cuando estoy coordinando la Estrategia de Bioeconomía, allá por 2014-2015. En un principio invitamos a las entidades financieras significativas a integrarse en el grupo de trabajo, como agentes fundamentales del tejido productivo. Inicialmente todas respondieron afirmativamente, pero solo Grupo Cajamar se comprometió activamente en el proceso de debate y reflexión. De hecho, fue bastante más allá, ya que comenzó a organizar sus propios foros, a los que me invitaron como coordinador de la Estrategia, e incluso publicó una monografía sobre la cuestión en 2018, ‘Bioeconomía y desarrollo sostenible’, en la que participé como autor.
Así que cuando dejé el INIA y comencé a trabajar como consultor independiente, me convertí en colaborador permanente del ecosistema de innovación de Cajamar. He coordinado publicaciones y proyectos, participado en cursos y eventos de formación, escribo habitualmente en Plataforma Tierra y represento a la entidad en la Oficina Técnica del Observatorio de la Digitalización del Sector Agroalimentario Español del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
P.: Ahora te incorporas como director de Innovación y Desarrollo Agroalimentario. ¿Cómo ves la próxima etapa?
R.: Estoy convencido de que la clave para que el sector agroalimentario siga siendo competitivo está en la rentabilidad del conjunto de la cadena de valor. Y para conseguir esa rentabilidad hacen falta muchas cosas, tanto desde el punto de vista del mercado y la gestión empresarial, como desde la perspectiva de la innovación y la tecnología, que es donde yo he desarrollado buena parte de mi trayectoria profesional.
Pues bien, cuando conoces en profundidad el modelo de investigación, desarrollo y transferencia de Cajamar, que es referencia para todo el sector, te das cuenta de que su fortaleza reside precisamente en que es una propuesta integral, que incluye todos los elementos que hoy en día demandan los agentes del sector: la labor investigadora de sus centros experimentales, que son un ejemplo de las posibilidades de colaboración entre el mundo de la empresa, la universidad y la administración; una oferta de formación consolidada; un programa propio de impulso empresarial para startups y emprendedores; y una experiencia de décadas en la generación de estudios y análisis económicos.
“Cajamar es la referencia para el sector gracias a un modelo propio de transferencia de conocimiento y tecnología orientado a las necesidades de empresas, agricultores y ganaderos”
A lo que más recientemente ha venido a sumarse el desarrollo de nuevas herramientas y servicios digitales para facilitar al agricultor el cumplimiento de una normativa cada vez más exigente y, sobre todo, la gestión diaria de sus explotaciones a partir del uso intensivo de los datos que ellos mismos generan, de forma personalizada. No podemos olvidar que los datos son la base del desarrollo tecnológico del futuro que nos permite la revolución digital.
En definitiva, en Cajamar conviven la investigación agronómica convencional, la transferencia de conocimiento y tecnología, la colaboración público-privada, el apoyo al emprendimiento y un nuevo ecosistema de gestión digital de la información en permanente desarrollo. A estas alturas de mi trayectoria profesional difícilmente podría haber encontrado un reto más apasionante que el de formar parte de una propuesta única en nuestro país, con un impacto positivo evidente en la competitividad y la sostenibilidad de nuestro sector agroalimentario.